Antoni Clavé

Tras recibir algunas clases esenciales de arte, el artista barcelonés viajó a Francia en el año 1939. Las corrientes que conoció le llevaron a transitar primero entre la corriente informalista de posguerra y posteriormente hacía el expresionismo de los sesenta. Es fundamental entender su pericia de grabador para comprender su labor como pintor, ya que recorre ambas técnicas con las mismas temáticas. A este respecto, su producción gráfica se articula en torno a dos ejes: la experimentación y la tradición a la vez que, desde el punto de vista del lenguaje, Clavé fluctúa entre la referencia figurativa y la abstracción.

Clavé encuentra una gran fuente de inspiración en la historia del arte en general y la del grabado en particular, a la vez que una excusa para el homenaje.

Técnicamente, el maestro grabador aplica la litografía o el aguafuerte, e incluso el carborundo desde la experimentación y la innovación. Estas técnicas le permiten abundar en un lenguaje más abstracto y la obra resultante se hace más compleja en cuanto a su materia.

Por otro lado, el crítico e historiador, Francesc Miralles reconoce que a raíz de su segundo viaje a Japón (1986), la obra de Clavé revela la impronta de la estética y la producción artística de este país. Las formas tienden a armonizarse y se busca una simplicidad lírica en las composiciones. Ello se advierte en la tendencia a la lectura vertical del grabado, además de por la inclusión de sellos rojos como las firmas que remiten a la del poeta y la del coleccionista, pero sobre todo por la especial valoración y relativización de los fondos.

La línea de evolución de su trabajo le lleva a que, en los últimos años, se aprecia una narrativa totalmente abstracta, siguiendo una línea de depuración de esquemas formales. Los colores se reducen y la violencia de la imagen desaparece para dar paso a una danza visual amable en sintonía con la filosofía oriental.